La incorporación de los dispositivos móviles inteligentes, los smartphones y las tabletas, permite que por fin en cualquier lugar y momento podamos llevar todo Internet en nuestro bolsillo. Si bien la creación en 1989 de la World Wide Web (www) y los navegadores de Internet abrieron paso a dos décadas donde poco a poco la sociedad fue accediendo a la información a través de páginas web, han sido los smartphones quienes han traído una verdadera revolución digital, cambiando las reglas de juego tanto en lo tecnológico como en lo social. Los móviles con Internet han sido una de las tecnologías más disruptivas, sino la más, de las últimas décadas, permitiendo que personas de cualquier edad utilicen Internet con facilidad a través de estas pequeñas ventanas digitales. Gracias a ellos, hemos pasado de usar Internet, a vivir en Internet.

Aladino frotaba una lámpara para pedir al genio que le concediera tres deseos, y pareciere que hoy día al frotar o tocar las pantallas táctiles de nuestros dispositivos móviles pudiéramos saciar cualquier deseo y/o necesidad a través de alguna de las múltiples aplicaciones móviles o apps disponibles en las tiendas digitales (AppStore, Play Store, Microsoft Store…). Pantallas táctiles y apps intuitivas son usadas por niños y niñas que apenas saben andar y hablar, pero que sin problema buscan sus vídeos favoritos y juegan a videojuegos que cautivan tres de sus cinco sentidos: la vista, el oído, y sobre todo, el tacto. También abuelos y abuelas que durante dos décadas se resistieron a navegar por la entonces llamada autopista de la información, ahora lo hacen con gusto por medio de los móviles y los programas de mensajería instantánea que les acercan a sus familiares.

Muchas de estas aplicaciones, la gran mayoría, son gratuitas y aparentemente inocuas. Pero no es oro todo lo que reluce: en Internet, si no estás pagando por algo, no eres el cliente, eres el producto que se vende. Muchas apps gratuitas están hambrientas de nuestra privacidad y necesitan recopilar nuestros datos personales ya que su modelo de negocio se basa en el uso y venta de la información que disponen de cada usuario.

Las apps que viven de nuestra vida privada, aprovechan todas las características que les proporcionan los dispositivos móviles para recolectar nuestros datos personales de forma habitual y consentida, ya que antes de poder acceder a nuestros datos personales nos piden permiso. Somos los usuarios quienes autorizamos esa recolección al instalar la aplicación por primera vez, y debemos ser nosotros también quienes deberíamos evaluar si los beneficios que nos reporta usar una app en concreto, superan los inconvenientes de ceder parte de nuestra intimidad.

Si bien es cierto que para el correcto y eficaz funcionamiento de algunas apps es necesario que autoricemos el acceso a varios sensores y contenidos de nuestro dispositivo (geolocalización, agenda de contactos, imágenes, mensajes de texto, fotos, vídeos, historial de llamadas…) otras apps se aprovechan de la ingenuidad y despiste de los usuarios para solicitar acceso a estos datos con fines meramente comerciales. ¿Realmente necesita una app que hace las veces de linterna acceso a nuestra agenda de contactos? ¿Merece la pena vender la información privada de mis amistades a cambio de esa cantidad de luz en un momento determinado y breve?

Con los avances tecnológicos y la miniaturización de los sensores, cada vez se puede recopilar información más delicada sobre cada usuario. Gracias a los pulsómetros que miden nuestro ritmo cardíaco, daremos información considerada hasta ahora como altamente confidencial, y con el que se podría inferir si tenemos alguna irregularidad en el corazón, detalle que conllevaría a recibir “sospechosamente” publicidad que nos invite a comprar algún medicamento para problemas de corazón antes de que nuestro propio profesional de la salud nos lo recete.

Hay que tener también en cuenta que cuando usamos estas apps gratuitas, no sólo “pagamos” con nuestra privacidad, también lo hacemos con la batería, la memoria y el procesador de nuestro dispositivo. Al tener que acceder estas apps frecuentemente a los recursos de nuestro dispositivo y enviar información constantemente a múltiples servicios online que administran la publicidad personalizada, consumen más memoria, procesador, WiFi y/o 3G que otras aplicaciones, haciendo que nuestro móvil vaya más lento, y la batería se agote antes.

Si dejamos que una app lea y analice nuestros correos o mensajes, estaremos compartiendo con ellos toda la información contenida en esas herramientas, y que en algunos casos puede ser información tan sensible como nuestros vínculos familiares, datos bancarios, ideología política, religiosa, orientación sexual o cuestiones relativas a nuestra salud. Es por ello que debemos equilibrar la cantidad de datos personales que otorgamos sin comprometer seriamente nuestra privacidad, y para lograrlo es necesario comprender no solo los permisos que otorgamos, sino también el uso que de nuestros datos hará cada aplicación, algo que a veces no es fácil de descubrir.

Cuando accedemos a los términos y condiciones de uso de cada una de las aplicaciones que instalamos en nuestros teléfonos y tabletas, deberíamos consultar cuál es el uso que se hará de nuestros datos privados. La realidad es que no tenemos el tiempo para hacerlo, ni quizás los conocimientos técnicos –legales– suficientes como para comprender el alcance de esas cláusulas de privacidad sin ambigüedades. Afortunadamente, hay sitios web especializados que ya han hecho ese análisis, así como comunidades y personas en nuestro entorno social que nos podrían asesorar. Si consultamos a nuestro profesional de la salud antes de tomar algún medicamento, quizá deberíamos ser más cautos y consultar con alguna persona experta antes de instalar y usar esa app que tan de moda parece estar. Mejor no instalar ni usar una app hasta que no podamos verificar su honestidad e idoneidad.

*Artículo de PantallasAmigas, publicado previamente en familiadigital.net