(Artículo publicado por el diario La Razón. También en su edición online.)

El envío de imágenes eróticas a través del móvil o de internet por parte de menores se dispara en España

El «sexting» ha evolucionado. Lo que nació como un envío de mensajes de texto de contenido erótico o pornográfico –su nombre es una contracción de «sex» y «texting»– ha pasado a abarcar vídeos e imágenes de sexo explícito protagonizados por los jóvenes usuarios de dispositivos móviles.

Arma de doble filo. Lo que empieza por «sexting» puede terminar en «sextorsión», chantaje a través de las redes sociales

Y lo que comenzó como una «chiquillada» entre adolescentes puede derivar, vía redes sociales, en un chantaje en toda regla. Dicho en términos técnicos: no es difícil que lo que empiece en «sexting» termine en «sextorsión». La Universidad de New Hampshire acaba de publicar un estudio en la revista «Pediatrics» en el que cifra en un 1 por ciento el porcentaje de estadounidenses de entre 10 y 17 años que ha enviado alguna vez estas imágenes, mientras que un 7 por ciento afirma haberlas recibido. A tenor de los estudios publicados en nuestro país, estaríamos ante un problema de mayor envergadura. Y lo que es peor, en aumento.

El Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (Inteco) publicó este año la «Guía sobre adolescencia y sexting». Los análisis llevados a cabo por Inteco y la empresa telefónica Orange concluyeron que un 4 por ciento de los menores de entre 10 y 16 años afirmaba haberse hecho a sí mismos fotos o vídeos en una postura «sexy» utilizando el móvil, mientras que un 8,1 por ciento de los adolescentes españoles reconocía haberlas recibido por parte de conocidos.

«Que una menor muestre una determinada imagen de su cuerpo nos puede parecer más grave o menos. Lo peor son las consecuencias de que este material se haga público», afirma a LA RAZÓN Jorge Flores, director de PantallasAmigas, iniciativa que promueve el uso seguro y saludable de las nuevas tecnologías. «Nuestra percepción es que es un problema que va en aumento. Nos llegan consultas anónimas y ocurre cada vez con más frecuencia», añade. Una práctica, afirma, que marcaría su edad de inicio en los 14 años y en la que las chicas son más proclives a caer.

Como apunta Flores, la travesura inicial deriva en problemas más serios. «Hemos notado que hay adolescentes que graban sus prácticas sexuales. Y después, los chicos utilizan estas imágenes para chantajearlas a ellas en el caso de romper su noviazgo», afirma. Pero más preocupante aún es la extorsión a la que se han visto sometidos muchos jóvenes por parte de un adulto.

Caldo de cultivo

«A través de una identidad falsa se hacen pasar por menores en las redes sociales, consiguen imágenes de otro menor y después las utilizan para obtener favores sexuales», asegura Luis Estebaranz, director del teléfono de la Fundación Anar. De las 162.000 llamadas que esta ONG recibió en 2010 de menores que pedían ayuda, en torno al 1 por ciento estaban relacionadas con el «sexting». «Hace 12 años, un acosador adulto podía llegar a tres, cuatro o cinco menores. Ahora, gracias a las nuevas tecnologías, puede llegar a 100, 200, 300… Sus posibilidades han aumentado», añade. El desarrollo de mejores aplicaciones en los móviles y el auge de los «smartphones» también han facilitado la tarea.

Según los expertos de la Universidad de New Hamphisre, la «habitual exploración adolescente» que se deduce de estas prácticas puede implicar graves daños colaterales. ¿Ejemplos? Un chico de 10 años envió a través de un teléfono una imagen de sus genitales a un compañero de clase para «asquearle», lo que provocó que los padres de este llamaran a la Policía. Por otro lado, un adolescente de 16 años reenvió a cien contactos de una red social la foto de una chica de su clase desnuda. Al parecer, la adolescente había colgado la foto de forma accidental y, al descubrirla, el joven la había amenazado con compartirla si no le mandaba más material.

¿Son sólo los avances tecnológicos del «aquí y ahora» lo que lleva a los menores a practicar «sexting»? «Los adolescentes siempre han tratado de buscar su espacio sin que sus padres se enteraran, lo que implica un componente evolutivo», explica Estebaranz. Ahora bien, «la brecha tecnológica entre los padres y sus hijos es demasiado grande. Los primeros son incapaces de compartir ese espacio con los segundos».

«La cultura de la imagen ha provocado que la privacidad quede en desuso. Ya no se considera algo valioso», dice Flores. A este factor hay que añadir que en PantallasAmigas «estamos viendo que los menores consumen cada vez más en internet unos contenidos pornográficos que van más allá de las revistas de antaño. Es algo mucho más extremo».

Así, en la Fundación Anar recuerdan que todos aquellos menores con problemas en este sentido pueden llamar al 900 20 20 10 o dirigirse vía mail a la ONG en www.fundacionanar.org. Eso sí, como recuerda Estebaranz, es la familia la primera que tiene que actuar. «Que los padres hablen con su hijo, que le impongan límites y normas. Hay chicos que desarrollan dependencias con el uso de nuevas tecnologías».

El mal ejemplo de las «celebrities»

El hecho de que cada vez sean más los famosos que practican «sexting» no ayuda precisamente a que los más jóvenes no les imiten, afirman desde PantallasAmigas. El caso más reciente es el de Scarlett Johansonn, cuyas fotos, tomadas por ella misma desnuda delante de un espejo, fueron robadas por «hackers» y puestas en circulación en internet. Con todo, la actriz no fue la primera y a buen seguro que tampoco la última. Hillary Duff, Mila Kunis, Rihanna o Blake Lively son otras de las estrellas que practicaron «sexting» y que, en algunos casos, también vieron violada su intimidad.

Sexting: de la travesura a la extorsión