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La violencia contra las mujeres, más allá de los límites analógicos


Natalia Otero – 24 enero, 2019

“Mi experiencia con la violencia digital fue repentina. Nunca habría pensado que algo así podría ocurrirme. Mi vida era normal”, así comienza Leticia –nombre ficticio- su historia de acoso en el ámbito digital. Según diversas asociaciones, como Stop Haters y Pantallas Amigas, las mujeres jóvenes son el principal blanco de violencia en la red, seguidas de otros colectivos como la comunidad LGTBI o personas con diversidad funcional.

Si bien hay casos en ambas direcciones, las mujeres padecen más que los hombres, o en exclusiva, ciertas prácticas dañinas. Estas van del acoso o la extorsión mediante contenido sensible a la publicación de material íntimo como venganza.

“En principio, nada sospechoso”

Leticia comenzó a hablar con un hombre que contactó con ella a través de las redes sociales. “Al principio no contesté, pero cuando volvió a escribir le respondí con amabilidad. Su perfil era extenso, llevaba más de dos años de fotos y vídeos publicados. Tenía Me Gustas y comentarios. En principio, nada sospechoso”, relata.

Pronto comenzaron a hablar y tras algún tiempo de conversaciones en la red social, intercambiaron los números para poder hablar por Whatsapp. Leticia pidió a su interlocutor que hiciesen una videollamada, pero él se negó.

“A medida que pasaban los días y yo insistía en hacer una videollamada, su carácter se volvió violento”. Leticia le dijo que había contratado a un investigador y que sabía que él no era quién decía ser. Después de eso, lo bloqueó en todas las redes sociales.

“Ahí empezó a amenazarme. Lo que eran suplicas se volvieron insultos. Amenazaba a mis amigos, a mi familia, a todo lo que era importante en mi vida y que yo gratuitamente le había contado. No dejó de llamarme cada cinco minutos desde un teléfono distinto cada vez. Desesperada, apagué el mío y compré otro”, cuenta Leticia.

Cambió la configuración de privacidad de sus redes sociales, pero ya era tarde. Con la ayuda de una amiga, descubrió que tenía perfiles falsos en los que se hacía pasar tanto por hombres como mujeres. Leticia se volvió desconfiada.

“Entré en paranoia cuando me dijo que me esperaba en la puerta de mi casa, que no me iba a escapar. Tuve que ir a mi casa acompañada hasta que el pánico me hizo alquilar otra”. El sentimiento de vulnerabilidad se apoderó de Leticia, que decidió recluirse en casa de una amiga durante tres semanas.

“Conocía el lugar de mi trabajo al que llamó por teléfono para decir que me había dejado un regalo. Creó perfiles falsos con mi nombre y mis fotos para hablar con mis amigos y sonsacarles información. Me hizo cambiar de casa, teléfono, mails, cambiar mis hábitos, asustar a mi familia y amigos”, relata Leticia.

La deformación de las relaciones afectivas en las redes

Lo más habitual, según Sara G. Antúnez, abogada y presidenta de Stop Haters, es que la violencia en el entorno digital se ejerza sobre mujeres que deciden no continuar con una relación. “Sobre todo cuando la relación ha comenzado por internet”, puntualiza.

Para Jorge Flores, fundador y director de Pantallas Amigas, el entorno digital es especialmente hostil para las féminas. “Por lo que vemos en nuestra actividad, las mujeres son las que más sufren este tipo de violencia. Todo lo que tenga que ver con pornovenganza, sextorsión, acoso a menores con intención sexual… Digamos que, además de los riesgos que todos corremos en la red, las mujeres están especialmente señaladas en delitos concretos y únicamente señaladas en otros”, cuenta Flores.

A la hora de aislar qué actividad es más común en el ámbito digital contra mujeres, tanto Antúnez como Flores se decantan por la vigilancia y el acoso. “El más común es el control, la limitación de su actividad y libertad en el mundo digital. Esta es posiblemente la más extendida, sobre todo en las edades más tempranas”, asegura Flores.

Es el más común y afecta a gran número de mujeres, pero no es exclusivo de ellas. “El control de la pareja a través de internet es desbordante, pero no es solo del hombre hacia la mujer”, afirma Encarni Iglesias, presidenta de Stop Violencia de Género Digital.

Tanto fomentar el control por parte de las parejas a uno mismo, como hacia ellas tiene como raíz la idealización del amor romántico. “Estamos viendo una deformidad de lo que es la pareja y del amor en el ámbito digital”, explica la presidenta de Stop Haters.

“Ahora vemos como un acto de amor que nuestra pareja tenga nuestras contraseñas. En todo momento se sabe dónde estamos, con quién estamos… todo esto genera un control más elevado y la mujer también asume este rol. Las mujeres ven que dar nuestras contraseñas o tener las de la pareja es una muestra de amor. Se está perdiendo el respeto, la libertad individual sobre la pareja”, añade Antúnez.

Por venganza

La de Alejandra -que también quiere mantener oculto su nombre real- es una historia similar a la de Leticia, pero su acosador dio un paso más para humillarla cuando se sintió rechazado.

Ella, que ahora tiene 21 años, conoció a un chico por una aplicación y comenzaron a hablar. Él le proponía quedar, pero a ella, o por falta de tiempo o de convencimiento, no le apetecía.

“Al principio no pasó nada, pero llegó un momento en el que empezó a ponerse agresivo y a agobiarme ante las negativas. No paraba de escribirme de forma obsesiva y luego me pedía perdón. Así día tras día. Lógicamente, se me quitaron todas las ganas de verle y de seguir hablando. Él, al notar mi distanciamiento, empezó a escribirme y llamarme sin parar, hasta 60 veces al día”, relata.

Alejandra cortó por lo sano y bloqueó cualquier forma que él tenía para comunicarse con ella. “Cuando pensaba que ya había terminado, un día, de repente, comencé a recibir llamadas de números que no conocía. En una hora llegué a recibir 10 llamadas”.

La joven no sabía que pasaba y después de tres días descubrió que su acosador había registrado su número de teléfono como chica de compañía en una página.

“En ese momento me dio mucha ansiedad, empecé a llorar y no sabía qué hacer”. Alejandra contactó con Stop Haters y ellos la asesoraron, borraron el número de la página y le ofrecieron apoyo psicológico.

Este tipo de acciones por venganza, que pueden materializarse en la incorporación de datos personales en páginas de citas o prostitución, la extorsión a través de contenido privado y la exposición en internet de material íntimo son los casos más perversos y los que afectan especialmente a las mujeres.

“Estos son los más graves. No solo porque las mujeres los sufran en mayor medida, sino porque las consecuencias que tiene para una mujer son mayores. El contexto es el que es y la sociedad es la que es. Todo lo que tenga que ver con el uso de una imagen íntima tiene más difusión y repercusión si es de una mujer”, asegura Flores, cuya asociación, Pantallas Amigas, elabora diversas campañas sobre estas prácticas.

Las víctimas a veces no son conscientes de que este tipo de comportamientos también constituyen un acto violento. Y en casos así, sobre todo las mujeres, tienen miedo a que las culpen.

Alejandra habló de lo que le estaba pasando solo con una amiga. “Me daba vergüenza contarlo y que pudieran pensar que la culpable era yo por darle mi teléfono a un desconocido. Pensaba que no me iban a entender”, cuenta.

Violencia de género digital

Según la legislación actual, los casos de Leticia y Alejandra no se consideran violencia de género (VG). Lo explica la fiscal en materia de Criminalidad Informática, Elvira Tejada. “Para hablar de VG desde un punto de vista penal, estos casos de acoso tendrían que darse en una relación de pareja”. “Nuestro concepto de violencia de género es muy estricto”, añade.

Para la fiscal hay una tendencia preocupante en la relación entre la VG y el entorno digital. “Estamos detectando que gran parte de esa violencia se está trasladando a la red. Es inevitable que se acabe desplazando, porque las relaciones personales ahora mismo se hacen a través de ella”, afirma Tejada.

Uno de los principales problemas, para la fiscal, es que la red ofrece muchas más facilidades para acosar, hostigar o humillar. “Estábamos acostumbrados a la pareja o expareja que lo que hacía era buscar a la mujer a la salida del trabajo, del colegio de los niños, de casa… ahora no tiene ni que molestarse, puede hacerlo desde casa”, explica.

Este nuevo canal para ejercer violencia tiene, además, un efecto derivado que Tejada considera muy grave: la presencia permanente. “Antes si la mujer conseguía eludir los puntos conflictivos parecía que se evitaba, pero ahora con las nuevas tecnologías o te aíslas y no usas el móvil nunca más o el acosador está ahí de manera permanente”, explica la fiscal.

Este traspaso de la actividad delictiva al entorno digital se da en todos los campos y es fruto de un avance tecnológico que se produce a velocidad de vértigo. “La sociedad ha asimilado tan deprisa estas herramientas tecnológicas que nos ha desbordado un poco. A nuestras herramientas legales les ha costado adaptarse tan rápido a esta realidad”, cuenta Tejada.

“La evolución es mucho más veloz de lo que las instituciones somos capaces de buscar soluciones, pero lo estamos haciendo. Nos preocupa y estamos trabajando muy serio en esto”, afirma.

Un ejemplo es la reforma del Código Penal en 2015 que incluyó dos artículos dirigidos en este sentido. Uno hace alusión a la difusión de imágenes íntimas y el otro, al acoso permanente mediante cualquier medio de comunicación.

Tanto Leticia como Alejandra han dejado atrás estos episodios malditos. En el caso de Leticia, la causa se sobreseyó porque su acosador estaba en otro país. Alejandra está a la espera de juicio y no ha vuelto a saber nada del chico.

“Yo les diría que tengan cuidado con lo que publican en Internet y que ante la primera actitud rara de un chico se alarmen. No tenemos que dejar pasar por alto cosas que no se deben permitir, ni a la primera ni a la segunda”. Es el consejo de Alejandra. “Prepara tu seguridad antes de sentirte vulnerable. Vive libre, pero no descuides tu seguridad. Hay malas personas en este mundo. Muy malas”, sentencia Leticia.