• Algunos jóvenes y adolescentes hacen de su habitación un refugio rodeado de dispositivos electrónicos, llegando incluso a desarrollar fobia por salir al exterior. Es lo que se conoce como el ‘síndrome de caracol’.
  • Un millón de personas viven actualmente como Hikikomori auto recluidos sociales en Japón.
  • María Luisa Ferrerós autora de Dame la mano, habla en el podcast de PantallasAmigas del riesgo del síndrome de ‘niño caracol’ o de “la puerta cerrada”.

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Ha pasado ya un año de la crisis sanitaria por el coronavirus y con ella muchas personas adultas han visto como su modo de vida también ha sufrido un gran cambio. Teletrabajo, menos tiempo de ocio al aire libre y aislamiento físico, con ciertos sacrificios en el ámbito social. Para muchos adolescentes y jóvenes está siendo especialmente duro este periodo. Las medidas restrictivas, el cese de sus actividades deportivas, el cierre del ocio nocturno, la situación de estrés ocasionada por el confinamiento y, en definitiva, la falta de socialización habitual en estas edades, puede incrementar los sentimientos de irritabilidad y enfado, además de un uso excesivo de las tecnologías digitales conectadas (en particular videojuegos y redes sociales) e incluso una falta de interés generalizada.

Niños caracol,  hikikomori o de la puerta cerrada

El término japonés «Hikikomori» significa literalmente «aislamiento social agudo» y se usa para referirse a personas que han elegido abandonar la vida social.

Según la información de nippon.com en una encuesta realizada a nivel nacional por la Oficina del Gabinete sobre las condiciones de vida de las personas de 40 a 64 años estimó que 613.000 personas en ese rango de edad viven como hikikomori o auto recluidos sociales. En la encuesta de 2015 se estimaron 541.000 hikikomori de edades comprendidas entre los 15 y los 39 años. Si bien los períodos y los métodos de la encuesta difieren, juntos indican que puede haber un millón de personas viviendo actualmente como auto recluidos sociales en Japón.

En España también son conocidos como «niños caracol». Así lo describe la psicóloga infantil María Luisa Ferrerós, en su reciente libro «Dame la mano«. Explica la experta en educación que este llamado síndrome puede aparecer entre los 8 y los 10 años, aunque es más frecuente en preadolescentes y adolescentes.

En la entrevista realizada a Maria Luisa en el podcast de Educación, ciudadanía y bienestar digital de PantallasAmigas, T01 E03 – Niños caracol, hikikomori, cómo evitar su aislamiento, la psicóloga añade que, aunque este síndrome surgió en Japón, poco a poco se ha ido extendiendo por el mundo. Por suerte, «en España se han empezado a ver algunos casos, pero han sido reversibles de forma poco traumática«. Y explica por qué: «Aquí tenemos unas condiciones que lo evitan de forma natural: un clima amable que incentiva salir a la calle, y nuestras ciudades pequeñas son más amables, sin tantas aglomeraciones y con mucha vida al aire libre».

El estudio llevado a cabo por el Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar (Barcelona) ha reportado 164 casos de hikikomori en España. Este estudio se publicó en la Journal of Social Psychiatry, y los investigadores afirmaron que“se ha subestimado este síndrome en España por la dificultad para acceder a estas personas y por la falta de equipos de atención especializada a domicilio”. Existen ciertas diferencias entre los casos de Hikikomori en España respecto a los ocurridos en Japón. La mayoría de los pacientes españoles sufren trastornos mentales asociados, como trastornos psicóticos (34,7 %), ansiedad (22 %) o trastornos afectivos (74,5%), lo que se conoce como Hikikomori secundario. El Hikikomori primario es el que no presenta comorbilidad con otros trastornos psicológicos.

Las pantallas, ‘un refugio virtual’ para los más pequeños

Para la psicóloga es muy habitual entre las niñas y niños la atracción por las pantallas, porque son multisensoriales e interactivas y se les ‘premia’ cuando ellas y ellos las tocan.

«Las máquinas reaccionan con sonidos, imágenes, ganan puntos o descubren nuevos escenarios que producen una gran expectativa, así que continúan tocando. Y esto les limita sus experiencias reales, la interacción social real y los aísla en un mundo virtual, evitando que desarrollen sus habilidades y estrategias de comunicación real». Además, María Luisa añade «como las máquinas no saben interpretar el lenguaje gestual, el no verbal, se pierde el verdadero significado de una conversación» por lo que puede dar lugar a malentendidos entre los miembros de una charla virtual, y provoca que los niños se sientan aún más vulnerables.

¿Cuáles son las señales de alarma?

Todos aquellos cambios de actitud del comportamiento normal del niño o la niña, que deje de hacer sus actividades cotidianas por quedarse en la habitación conectado y no sean capaces de pausar o apagar sus aparatos para hacer alguna actividad fuera de la pantalla. Cambios de humor, pasar de ser una persona risueña a estar malhumorada. Modificaciones en la dieta, pasando de comer bien a comer en la habitación comida poco saludable, como chucherías, aperitivos… Problemas de sueño, el llamado vamping que hace referencia al fenómeno por el cual las personas, generalmente adolescentes, utilizan aparatos electrónicos (móvil, tablet, ordenador…) durante la noche, reduciendo las horas necesarias de sueño.

Uso en positivo de la tecnología

Para evitar que las pantallas se conviertan más que en una herramienta en un recurso que les perjudique, María Luisa Ferrerós alude a la prevención.

  • Evitar los dispositivos electrónicos para distraerlos y que no molesten, como por ejemplo en los restaurantes, «algo que se ve mucho más de lo que sería deseable».
  • Aprovechar las comidas en familia para hablar con nuestros hijos e hijas, conocer sus opiniones y las cosas que les preocupan. Para lograrlo, podemos colocar todos los teléfonos (incluidos los de los padres) en una cestita, y sentarnos a la mesa sin WiFi ni televisión.
  • Insistir en llevar a los peques al parque para que jueguen con otros niños e invitar a amigos y vecinos a casa cuando el clima no lo permite.
  • Implicar a los hijos en la vida familiar: cocinar juntos, repartirnos las tareas, compartir, hacer excursiones, descubrir cosas con ellos y darles a elegir el «¿apagamos y jugamos juntos?».
  • La televisión, las tabletas o los móviles son instrumentos que tenemos que utilizar en positivo, ya que existen muchas apps y juego educativos fantásticos con los que pueden interactuar y que pueden ser una fuente de aprendizaje social e intelectual.
  • Evitar que nuestros hijos e hijas dispongan de televisión o teléfono en su cuarto, y «centralizar su uso en lugares neutros», como el salón, que es de toda la familia.